Por aquel entonces no existían las avanzadas técnicas de embalsamamiento y las que habían no estaban al alcance de todo el mundo, por lo que, los cuerpos (que solían estar expuestos a la intemperie), se descomponían y desprendían un desagradable olor, sobre todo en la época de calor. Para enmascararlo, se quemaba incienso y se cubría al fallecido con todo tipo de flores, lo cual aromatizaba el ambiente y hacía más agradable el acto de velar al difunto.
Con el transcurrir de los años, la costumbre de llevar flores a los muertos perduró y se afianzó no solo durante el tiempo de vela y entierro, sino que también en los cementerios y en días específicos como el 1 de Noviembre, día de Todos los Santos.
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